lunes, 14 de mayo de 2007

La Reunión

Daniel Santos
Pepe trabaja en una fábrica de autopartes. Está casado y tiene dos pequeños hijos que son su gran tesoro y la fuente de la mayor parte de sus preocupaciones aunque solo tiene veinticinco años. La otra vez Armandito se puso mal, tenía fiebre y empezó a convulsionar, el problema era para llevarlo al doctor a ésas horas de la madrugada –a las enfermedades siempre les gusta azotarnos en horas inapropiadas- en su ciudad los taxis no son tan baratos como en la capital, aunque recuerda cómo su tía Eduviges y los primos chilangos se escandalizan por los precios de la vida en el DF –Si supieran que todo lo tienen regalado… y no viven con una temperatura caprichosa que va de 5 a 45 grados Pepe saca 65 pesos que logró juntar recurriendo incluso a las moneditas que Sara, su mujer deja sobre el refrigerador, son las tres de la mañana y ella en este momento está en casa de su madre, a dos cuadras de ahí, cuidándola pues convalece de una cirugía.

Carga al niño, pasa por Sara y desesperados salen a buscar un taxi que afortunadamente pasa pronto y les cobra 50 pesos por llevarles a ésa hora al Hospital Infantil, pese a que ni siquiera lo usan exclusivamente pues Sara deberá compartir el asiento trasero con una hermosa chica de cabellos dudosamente rubios, senos descubiertos y escasas pero brillantes ropas –las pocas que la cubren- y con la que a pesar de la angustia, logra atraer la atención de Pepe por unos segundos. Luego de algunas horas les informan que el niño está fuera de peligro pero seguirá internado varias horas más, o días pues está infectado de dengue –ésa enfermedad que transmiten los zancudos- también le dicen a Pepe que deberá surtir una receta, pues aunque su niño es beneficiario del “seguro popular” no hay medicinas en el hospital y deberá comprarlas; Pepe se lleva la mano al bolsillo y sin sacarlas frota las tres monedas de cinco pesos que le han sobrado como deseando que se multiplicaran, está lloviendo ligeramente y tirita en la explanada del hospital pues con las prisas olvidó abrigarse y solo tiene puesta una delgada playera sin mangas. Sara mientras tanto ha pedido prestada una tarjeta telefónica para llamar a su prima, que es maestra y siempre les saca de apuros, cuando Elena llega con su rizada melena y sus treinta y cinco años de soltería -que a diferencia de otra mujeres parecen no pesarle en lo más mínimo pues se ve radiante-, de inmediato van a surtir la receta y luego les invita un café en el Oxxo de la esquina, Sara le pide prestado el teléfono celular para llamar a su madre mientras sus grandes ojos verdes se pierden en la nada.

A las siete de la mañana Pepe entra a trabajar, está cansado pero quejarse es la única opción que le queda.

Pepe trabaja una jornada de ocho horas en una “línea” de producción de la que no se puede mover excepto para lo estrictamente necesario y si eso se puede evitar, mejor aún. Desde hace cinco años está en ése mismo puesto y cómo es responsable y callado ha sido más testigo que víctima del rosario de abusos que cometen los dueños de la fábrica y sus capataces contra los obreros: reprimendas en público aderezadas con insultos, horas extras no pagadas puntualmente y a veces nunca, amenazas, presiones, fallas en el servicio de enfermería, no inscripción al seguro social, renuncias forzadas, acoso sexual contra las obreras y uno que otro varón, e incluso algunos golpes que quedan impunes cómo cuando un capataz le “reventó” de una bofetada un oído a Martín, un lánguido estudiante de dieciocho años que trabaja por las noches e intenta no dormirse por las mañanas en la universidad donde nunca alcanzará el promedio requerido para la “beca de excelencia” pues nunca cumple con los trabajos académicos en tiempo y forma. El líder sindical solo tocó el asunto con el director de la planta, aunque a decir verdad se veían muy sonrientes en la oficina de éste con un “caballito” de tequila en la mano. Nunca se hizo justicia.

Cuando llegaron las nuevas máquinas automatizadas que según los directivos permitirán hacer en dos horas lo que hacíamos en doce, Pepe y los muchachos sintieron alivio pues estarían menos presionados pero resultó que no, la diferencia es solo que ahora “son más productivos” y su trabajo le genera más ganancias al patrón, su sueldo seguirá siendo el mismo y aunque las máquinas nuevas hacen todo más fácil ahora tendrán que hacer más, además de quedarse una hora extra a un curso de capacitación porque “viene más maquinaria”, Pepe ahora saldrá a las cuatro de la tarde.

El trabajo de Pepe ahora produce más y por tanto genera más ganancias pero eso no se ve reflejado en sus bolsillos; solo en la cuenta bancaria de sus patrones, Pepe y sus compañeros son algo así como parte de la empresa pero no como “la gran familia AUTTEX” que pregona la publicidad interna que cuelga en las paredes de la nave industrial y que muestra a obreros felices, sonrientes y por supuesto: blancos, sino como una cosa, parte de los activos de la empresa, una máquina más de hacer dinero. El caso es que haciendo cuentas lo que le pagan a Pepe por ocho horas de trabajo con la nueva maquinaria produjo lo que antes requería ochenta horas pero lo desquita en dos o menos, o algo así le ha dicho Laura una estudiante de economía que también tiene que trabajar en el turno de la tarde y con la que Pepe ha hecho una buena amistad pues antes fueron compañeros de turno.

Sólo nos queda rezar y pedir fuerzas dice Lupita, otra compañera regordeta, con una mirada de encabronada resignación que divierte a Pepe, mientras toman un café en la fonda ambulante, afuera de la puerta principal de la fábrica, hacia donde se encaminan, en cuanto la cruzan se topan con el altar de la virgen de Guadalupe, que los directivos de la planta pusieron y que dedicó el señor obispo Para que encuentren en nuestra señora de Guadalupe la fuerza para tomar la cruz del sacrificio diario con amor y gratitud diría entonces durante la bendición del pequeño monumento antes de pasar al confortable privado del director y reír ampliamente mientras degustaba el tequilita de rigor.

Laura le ha explicado a Pepe que su trabajo vale mucho más de lo que les pagan incluídas todas las prestaciones que a regañadientes les dan, también le ha hecho ver que al ser él “parte” de la empresa, se convierte en una máquina que con su trabajo produce mucha riqueza y dinero y no le pagan ni la décima parte de lo que en realidad hace ganar a sus patrones. Pepe no sabe que pensar pues hasta ahora pensaba que todo era normal, no suponía siquiera que su trabajo fuese tan importante y valioso. Está inquieto desde hace días pues Laura con calma y con su penetrante mirada les ha dicho a sus compañeros que deberían organizarse para exigir mejores condiciones de trabajo y él que es tan tranquilo no se imagina de “revoltoso” pero no deja de pensar cuanta razón tiene Laura ni cómo contradecirla, se dice.

Lo que más lo inquieta es saber ahora que la explotación es mucho mayor de lo que alguna vez se hubiese imaginado, Si tu eres una máquina y como máquina necesitas mantenimiento ¿Quién te lo da? pregunta Laura. Llegas a tu casa sucio, cansado, hambriento; tu mujer se encarga entonces de alimentarte, tener tu ropa limpia e incluso ‘terapiarte’ aliviando tu cuerpo y mente para que, al día siguiente, puedas seguir trabajando. Todo ése trabajo de ‘mantenimiento’ por parte de tu esposa va incluido también en el producto final y ¡de forma totalmente gratuita!.

Hoy Pepe asistirá a una reunión que no sabe bien a bien de que se trata, lo ha invitado Laura quien junto a otros compañeros de la universidad y algunos maestros la organizan para hablar de los derechos de los trabajadores, aunque al final se pondrá bueno con música en vivo y algunas cervezas, hoy no verá el fútbol. Será un sábado diferente.

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